En España, los crímenes se cometían de verdad, y, sin embargo, parecían puras bravuconadas.
(La gravedad y la gracia, Simone Weil)
Antes de los bombardeos de destrucción masiva sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, tuvo lugar la masacre de la población española de Gernika.
Desatando el enfrentamiento civil, la guerra de 1936 fue encendida como un escenario de pruebas para la guerra mundial de 1939. La aviación y los carros blindados alemanes, enviados por el gobierno de Hitler, aseguraron que se impusiera el golpe militar de Franco.
El Centro de Arte Reina Sofía celebra con una exposición los 25 años desde la llegada del cuadro Guernica de Picasso al museo nacional.
Además de un mural histórico, el Guernica es también una obra maestra de la pintura. Picasso quiso que el cuadro fuera más que un instrumento político circunstancial. Quizá esa decisión del genio transformó el Guernica en un símbolo universal, válido contra todo belicismo, con su imagen presente hoy en la sede de las Naciones Unidas.
La resistencia de la democracia en España fue un ejemplo internacional de dignidad. Durante la guerra, el corresponsal Robert Capa, por entonces el pseudónimo artístico de la pareja de fotógrafos Endre Friedmann y Gerda Taro, publicó la célebre instantánea Muerte de un miliciano como un monumento en imagen al soldado desconocido.
Si el Guernica de Picasso quedó como un emblema contra la guerra, la Muerte de un miliciano quedó como un emblema del honor de la lucha. Coincidiendo con la Transición de los años setenta, el mundo empezó a dudar de la autenticidad de esta fotografía icónica, quizá porque España volvió a la legitimidad democrática sin condenar con la claridad necesaria los crímenes de la interrupción dictatorial. Los deberes hay que hacerlos.

Gernika después del bombardeo. Imagen de los Archivos Federales de Alemania